Transportes de alquiler para un transporte urbano eficiente

No es ningún misterio que cada vez más ciudades luchan activamente por reducir el número de vehículos privados en sus calles y conseguir un transporte urbano eficiente. La aglomeración de coches, en su mayoría todavía de combustión, trae consigo multitud de problemas: reducción de la calidad del aire (con un innegable efecto negativo sobre la salud de toda la ciudadanía), ruidos, ineficiencia energética, acaparamiento desproporcionado de un espacio al que se le podría dar otros usos… En definitiva, hay muchos motivos por el que resulta deseable buscar alternativas a esta forma de transporte —en torno a la cual, lamentablemente, se ha centrado el diseño de las ciudades a lo largo de buena parte del siglo XX, con trazados urbanos a menudo más preocupados por dar cabida a los coches que por ser espacios agradables para las personas.

Existen numerosas alternativas a los automóviles privados: muchas localidades buscan fomentar el uso del transporte público, por ejemplo, o favorecen el uso de bicicletas o los trayectos a pie. Sin embargo, hay funcionalidades que estos medios simplemente no pueden cubrir (los horarios específicos del transporte público, por ejemplo), y la realidad es que los vehículos tradicionales aún resultan muy necesarios, aún más cuando, como ya hemos comentado, buena parte del urbanismo moderno se ha centrado en el acceso casi universal a los automóviles.

Es por ello que cada vez son más populares los servicios de uso temporal de vehículos (más conocido por el término en inglés, carsharing): se trata de un modelo parecido al alquiler de vehículos tradicional, pero que aprovecha la mejora en eficiencia y comodidad que aportan recursos como apps de gestión y análisis de datos de uso para maximizar tanto la disponibilidad de vehículos como la calidad de servicio.

El hecho de emplear automóviles tradicionales (ya se trate de coches, micro coches o motocicletas, por lo general eléctricos) permite a estos sistemas aprovechar la infraestructura de movilidad ya existente, y sirve como una alternativa barata y ecológica al vehículo privado —una alternativa que además supone un beneficio de cara a la ciudad, al reducir la necesidad de espacios de aparcamiento e incentivar el uso de vehículos individuales tan solo en casos de necesidad.

Por supuesto, el caso de mayor éxito es el de los múltiples sistemas de bicicletas compartidas repartidos por ciudades de todo el mundo. Estos sistemas (que, al contrario que los de carsharing, suelen estar financiados y gestionados por la administración pública) suelen estar formados por una flota de bicicletas, múltiples puntos de recogida y aplicaciones móviles que permiten consultar el estado de los aparcamientos —aunque cabe destacar que el desarrollo y abaratamiento de las tecnologías IoT ha favorecido la implementación, en la última década, de servicios que carecen de puntos de estacionamiento en los que cada bicicleta incorpora todas las funciones de acceso, bloqueo y posicionamiento. También es destacable el reciente auge de los patinetes eléctricos, que comparte características con ambas modalidades.

Aunque todavía están lejos de sustituir al uso del vehículo privado, estos servicios de transporte individual compartido son una herramienta más a disposición de los ayuntamientos en su labor de modernización de la movilidad urbana. Una transformación de fondo, que cada vez se hace más patente en nuestras calles, y que busca dejar menos espacio a los coches, y más a la ciudadanía.

 

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