Adaptando las ciudades a un clima cada vez más cálido

Miguel López

Llega Septiembre y parece que por fin las temperaturas dan un descanso en la región después del verano más caluros del que se tiene registro. Sin embargo, el respiro estacional no debe cegarnos ante el hecho de que nos enfrentamos a un futuro con condiciones climáticas cada vez más extremas, consecuencia del calentamiento global. Aunque revertir este cambio climático es algo que solo puede hacerse mediante cambios a gran escala cuyo efecto tardará años en hacerse patente, paliar algunas de sus consecuencias —adaptarse, en fin, a las condiciones extremas que se nos vienen encima— sí es posible mediante distintas políticas y medidas ejecutadas a nivel local y regional. Un buen ejemplo de ello: las distintas herramientas de las que una ciudad dispone para proteger a su ciudadanía de las —de momento inevitables— olas de calor.

Existe una gran variedad de recursos mediante los que una ciudad puede reducir la temperatura de sus calles. Buena parte de estos, de hecho, se vienen empleando desde hace cientos —si no miles— de años en regiones como la nuestra, muy expuestas al calor estival: Fachadas y tejados en colores claros que eviten la acumulación de calor en las paredes; calles estrechas que proporcionen sombra, con edificios de varias alturas que permitan que el aire circule; o fuentes de agua que, además de enfriar el ambiente circundante, permitan a cualquier viandante refrescarse. Pero sin duda uno de los elementos más populares y efectivos en la lucha contra los efectos de un clima cada vez más caluroso es el de los espacios verdes.

En efecto, no puede subestimarse el papel fundamental que los árboles y otros elementos verdes pueden desempeñar a la hora de reducir la temperatura, no solo de los propios espacios verdes, si no de todos sus alrededores. En muchos sentidos, se puede decir que actúan como una combinación de los recursos ya mencionados: proporcionan sombra, evitando la acumulación de calor en aceras y asfalto; presentan superficies irregulares y coloridas, que reflejan la radiación incidente; y gracias a la transpiración, que es mayor justo durante las horas de más calor, actúan como fuentes naturales de humedad en el ambiente.

Estas ventajas no están relegadas solo a los tradicionales árboles y arbustos en parques y bulevares: cada vez más ciudades experimentan con conceptos como los tejados verdes y jardines verticales, que aprovechan estos espacios para incorporar espacios verdes en zonas por lo demás desaprovechadas. Además, comparadas con algunas de las demás soluciones (que dependen de la planificación urbana y del diseño y disposición de edificios enteros), las zonas arboladas, junto con fuentes de agua, son soluciones relativamente sencillas de incorporar en una gran variedad de espacios urbanos. Todas estas ventajas se suman a otras ventajas inherentes a las zonas verdes, como la disipación de ruidos que ya comentábamos en un blog anterior.

Las nuevas tecnologías, por supuesto, también tienen un papel que desempeñar en este sector: la monitorización de temperatura y calidad del aire a lo largo y ancho de una determinada localidad es de vital importancia para entender el qué zonas son más vulnerables al incremento cada vez mayor de las temperaturas, y que medidas serán más efectivas en según que puntos.

Aunque algunas de estas medidas nos pueden parecer obvias—como ya comentábamos, se trata de soluciones que forman parte de nuestras ciudades desde hace siglos —, el calentamiento global y sus consecuencias no han hecho sino poner de manifiesto su relevancia, y la necesidad cada vez mayor de ponerlas en práctica.

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