Este fin de semana, la Feria Internacional de Turismo Ornitológico (FIO) cumplía 20 años, celebrando su vigésima edición en el Parque Nacional de Monfragüe. No es de extrañar que un evento de este tipo se desarrolle en Extremadura, ya que la región es toda una referencia internacional gracias a su biodiversidad y a los recursos de los que dispone a tal efecto.
Sin embargo, se trata de una comunidad que también lucha por situarse a la vanguardia de la capacidad tecnológica de la península: un esfuerzo que a menudo se ha visto confrontado a la necesidad de cuidar el patrimonio natural —algo tan habitualmente rodeado de controversia, que daría para más de un artículo como este.
Sin embargo, hoy nos vamos a centrar en uno de esos casos en los que desarrollo y la naturaleza si parecen llevarse bien: y es que un nuevo estudio realizado en la zona (eminentemente agrícola) de Anglia Oriental, en Gran Bretaña, parece indicar que las granjas solares pueden tener un impacto comparativamente positivo sobre la biodiversidad y, específicamente, sobre las aves —al menos, en comparación con las zonas de uso agrícola circundantes.
Estos resultados son particularmente relevantes para Extremadura, por partida doble: por una parte, al tratarse de una región caracterizada por su inversión continua en energías renovables (y específicamente, en generación fotovoltaica), y por la gran proporción de terreno dedicado a las actividades agrícolas; y por otro, por el amplísimo patrimonio natural y biodiversidad que puede encontrarse en la región.
El estudio vendría a indicar que las granjas solares pueden aportar un área en el que incorporar una variedad de hábitats, que sirvan de foco para las distintas especies de fauna autóctona. Bien gestionadas, estas zonas ayudarían a mitigar los efectos de el uso intensivo de la tierra para operaciones agrícolas —una de las causas habituales de pérdida de diversidad. En ningún caso estos parques fotovoltaicos podrían sustituir a los espacios protegidos o Zonas Especiales de Protección de Aves, que resultan críticos para la supervivencia de especies amenazadas, y para asegurar la sostenibilidad del ecosistema general.
Estudios como este abren una vía esperanzadora para el desarrollo sostenible, reforzando la posibilidad de garantizar que el desarrollo tecnológico y la conservación ambiental vayan de la mano. Si se gestionan correctamente, las granjas solares pueden convertirse en un aliado inesperado para la biodiversidad, ofreciendo refugio a la fauna en un entorno cada vez más depredado por la actividad humana. Apostar por modelos que equilibren progreso y sostenibilidad no solo es posible, sino necesario.