Hace unos meses, os hablábamos del Astroturismo, su implantación en Extremadura, y la mejor manera de disfrutarlo. Precisamente en aquel artículo hablábamos de cómo uno de los principales motivos por los que esta modalidad de turismo estaba ganando terreno en la región es el índice relativamente bajo de contaminación lumínica del que ésta goza. Los efectos adversos de este tipo de contaminación, sin embargo, no acaban ahí. Se trata de un problema cada vez mayor, y muchas administraciones están ahora tratando de implementar soluciones que permitan controlar mejor este fenómeno.
Antes que nada, cabe preguntarse qué entendemos exactamente por contaminación lumínica. Aunque la definición exacta puede variar, por lo general hablamos de una alteración de la oscuridad natural del cielo: Quizá la manifestación más característica de contaminación lumínica es el llamado resplandor luminoso (sky glow), la claridad en el cielo nocturno que se puede percibir en torno a las ciudades.
En general, las causas de esta contaminación se corresponden a un uso y diseño incorrecto de las fuentes de luz artificial. Así, por ejemplo, algunas farolas, al carecer de pantalla opaca en su parte superior, o simplemente al estar situadas en un entorno altamente reflectante, acaban dirigiendo hacia el cielo buena parte de la luz que emiten. En muchos casos nos encontramos también con que la intensidad de este alumbrado es mucho mayor del necesario, aumentando así la cantidad de luz que se dispersa a la atmósfera, y en muchos casos además éste se encuentra activo en horarios poco eficientes, donde una iluminación intensa es menos necesaria, pero igualmente contaminante.
Todo este exceso de luminosidad tiene efectos perjudiciales, que afectan a multitud de ámbitos: ya hemos hablado de la claridad excesiva que se genera en torno a las ciudades, lo que supone un grave obstáculo para la observación del cielo nocturno. Además, esta claridad provoca una alteración sobre los ciclos biológicos de muchos animales y plantas, sobre todo aves, provocando cambios importantes y perjudiciales en su comportamiento. No sólo eso, si no que también afecta a la calidad del sueño de las personas, al aumentar la luminosidad ambiental y alterar el ciclo de sueño. Algunos estudios incluso apuntan a una mayor vulnerabilidad frente a la ansiedad y otros trastornos mentales, particularmente entre la población más joven. Finalmente, también hay que destacar la dimensión energética del problema: buena parte de la contaminación lumínica es el resultado de un uso poco eficiente de las fuentes de luz, lo que implica que también se está realizando un gasto energético innecesario. Al fin y al cabo, cualquier luminosidad que se escape «hacia arriba» es luz que está siendo malgastada.
Por suerte, existen distintas medidas que podemos tomar para reducir este tipo de contaminación, y cada vez son más los municipios que se tienen en cuenta estos factores a la hora de renovar el alumbrado público y realizar nuevas instalaciones. Algunas de estas medidas son, por ejemplo, el uso de farolas y luces equipados con pantallas, que eviten la difusión de luz hacia arriba, y que además estén situadas de forma óptima (sin obstrucciones a nivel de calle, por ejemplo) para maximizar el área alumbrada. Otro recurso es la instalación de luminarias inteligentes, equipadas con sensores de movimiento que hagan que se enciendan solo cuando haya viandantes. En esta misma línea, se puede limitar el tiempo de funcionamiento de los focos usados para alumbrar monumentos y otros puntos de interés públicos, ajustándose a horarios o fechas concretas.
En última instancia, todas estás medidas a menudo dependen no solo de la voluntad de cada municipio, sino de legislación a nivel regional y autonómico, que promueva las iniciativas necesarias para luchar contra un problema cuya solución debe ser tan común, como lo es el cielo que se quiere defender.