Las ciudades son ruidosas. La actividad continua de personas y dispositivos, a todas horas, en todas partes; desde el tapiz de conversaciones en una plaza concurrida hasta el continuo ir y venir de vehículos en una carretera, pasando por el ronroneo de aparatos de aire acondicionado, el ajetreo de comercios grandes y pequeños…; cientos de pequeñas (y no tan pequeñas: ¿Quién no ha sufrido el tener una obra justo delante de casa?) fuentes de ruido que una a una contribuyen a generar un verdadero problema de contaminación sonora, tan nociva y omnipresente como la contaminación atmosférica.
Y es que a la hora de considerar el efecto del ruido sobre las personas que lo tienen que soportar día tras día, los datos hablan por sí mismos: casi un 20% de la población europea se ve expuesta de forma habitual a niveles de contaminación acústica perjudiciales para la salud —un 15% durante horas nocturnas aún más nocivas. Además, debido a la relativa escasez de datos en muchas áreas, se cree que estos datos representan sólo una fracción de la exposición real a este fenómeno.
Pero, ¿Cuáles son estos efectos nocivos, exactamente? Con diferencia, el problema más habitual es la pérdida de audición, sobre todo en aquellos casos en los que la exposición es a sonidos particularmente intensos. Sin embargo, incluso una exposición leve pero continua puede provocar daños graves a largo plazo, en forma de aumentos en la presión sanguínea, mayor incidencia de problemas cardiovasculares, trastornos del sueño, y mayores niveles de estrés. Especialmente en menores, se pueden ver afectadas la memoria, capacidad de atención y adquisición de habilidades como la lectura.
Estos problemas no afectan solo a los seres humanos: los animales usan su oído para encontrar comida, evitar depredadores y aparearse, entre otras cosas. La contaminación acústica puede ser extremadamente disruptiva para estas actividades, a lo que se suman los mismos efectos perjudiciales que comentábamos en los seres humanos. Se trata de un problema particularmente grave cuando la actividad humana —con su consecuente aumento de los niveles de ruido— se desarrolla en entornos naturales, una consideración a tener en cuenta ahora que el ecoturismo está experimentando un crecimiento sin precedentes en nuestro país.
Con esto en mente, ¿Qué se puede hacer para limitar la contaminación acústica? A nivel individual, hay pocas hábitos que puedan cambiarse para asegurar un menor impacto: la solución, por tanto, debe venir dada por políticas llevadas a cabo por parte de la administración y la industria. Limitar la actividad de los vehiculos en ciudad (promoviendo la peatonalización y el uso de transporte público, y limitando la velocidad del tráfico allí donde sea posible), favorecer los espacios que ayuden a dispersar el ruido ambiental (como parques y calles arboladas), y aplicando controles efectivos sobre los distintos tipos de fuentes de contaminación acústica (como pueden ser la actividad turística o las obras públicas). Para determinar los puntos en los que estas actuaciones son más necesarias, así como para monitorizar la aparición de problemas puntuales o recurrentes, cada vez más administraciones optan por el uso de dispositivos IoT que permitan realizar mediciones sonométricas en tiempo real: un ejemplo de ello son los sonómetros instalados en las playas de Cheles y Orellana, como parte de la digitalización de dichos entornos por la Diputación de Badajoz: un dato extremadamente importante al tratarse de puntos de actividad turística integrados en entornos naturales protegidos.