Pocas estrategias han cobrado tanta importancia en los últimos años como las destinadas a la mejora de la eficiencia energética. El reciente incremento hasta cotas nunca vistas del precio de la electricidad en los hogares ha implicado que la conversación se centre en torno a las estrategias de ahorro por parte de la ciudadanía, en su papel de usuario final.
Sin embargo, este uso individual representa sólo una porción del consumo total de energía: una producción, uso y gestión eficientes de este recurso tan necesario debe inevitablemente surgir a partir de estrategias a gran escala. En el blog de hoy, comentaremos cuales son los principales sectores de uso final de la energía, y qué medidas se han propuesto para abordar las posibles ineficiencias presentes en cada uno.
A la hora de tratar de obtener una imagen útil del consumo de energía, sobre todo de cara a considerar las medidas que se pueden tomar para incrementar la eficiencia energética, es útil considerar la diferencia de consumo entre sectores. Según datos de la IEA (Agencia Internacional de la Energía), un 29% se consume en el sector de la industria, otro 29% en el transporte, un 31% en edificios, y el 11% restante corresponde a otros usos (No se incluyen aquí las pérdidas ocasionadas por los procesos de transporte y transformación de la energía, que según la infraestructura y fuente de energía concretas, pueden llegar a equipararse al 30% de la producción total). Veamos qué medidas se están tomando en cada sector para intentar reducir la cantidad de energía que se malgasta, año tras año:
Edificios sostenibles: menos consumo y mayor eficiencia
Un edificio, bien de uso residencial, comercial o mixto, es un ecosistema complejo que consume una gran cantidad de energía. Esta energía se invierte sobre todo en calefacción y refrigeración, aunque también se contemplan aquí la energía consumida por electrodomésticos, iluminación, etc. Un diseño adecuado que emplee los recursos necesarios de aislamiento, aprovechamiento de la luz solar, instalaciones de autoconsumo, etc, puede reducir estos gastos de forma dramática: por ello, hace tiempo que la Unión Europea propone medidas para que todos los edificios de nueva construcción se ajusten a unos cánones que permitan alcanzar este nivel de eficiencia.
De la misma manera, muchos países y regiones implementan ya programas que permitan el reacondicionamiento de edificios —usando sistemas más modernos y eficientes, así como tecnologías de automatización que permitan optimizar el uso de la energía— con el objetivo de aumentar la eficiencia también de aquellos recursos de que ya disponemos. Al fin y al cabo, siempre va a resultar más eficiente no tener que acometer una nueva construcción desde cero.
Nuevas tecnologías para una industria inteligente
Aunque la eficiencia energética de los procesos industriales ha visto mejoras significativas en las últimas décadas, todavía existe un gran potencial en este sector. La IEa estima que de aquí a 2040 podrán darse incrementos de capacidad por unidad de energía de hasta el 44%, aunque algunos sectores manufactureros concretos podrían ahorrar hasta un 70% respecto a su gasto actual. Para ello, se hace imprescindible la inversión en I+D que permita desarrollar tecnologías de producción más eficientes, mejorar el rendimiento de los equipos industriales, la integración de la valorización energética de residuos, y la aplicación en procesos clave de tecnologías como la fabricación inteligente.
Transporte: menos kilómetros, más limpios
Por último, el sector del transporte lleva años innovando para aumentar su eficiencia, con el doble objetivo de reducir las emisiones de gases contaminantes, y de afrontar los elevados precios del combustible en muchos países. Sin embargo, cada vez se hace más patente la necesidad de ejecutar estrategias de más amplio alcance para reducir el consumo energético del sector de forma significativa. Es imprescindible llevar a cabo una revisión integral del modelo de transporte tanto a nivel local como de larga distancia, centrada en la mejora de las opciones de movilidad más sostenibles; ampliaciones en el transporte público, mejoras en la infraestructura que aumente la peatonalidad y ciclabilidad de las ciudades, una mayor penetración regional del sistema ferroviario, etc.
La imagen pública de la transformación del sector del transporte ha estado centrada en gran medida en la renovación del parque automovilístico, sustituyendo paulatinamente la gasolina y diesel por sistemas híbridos y plenamente eléctricos. Esto presenta beneficios desde un punto de vista ecológico, permitiendo el aprovechamiento de una red eléctrica en la que las energías renovables tienen un peso cada vez mayor. Sin embargo, no se trata de una reducción real del consumo: el verdadero progreso pasa por la reducción de la distancia recorrida por vehículos, mediante la optimización del transporte de mercancías, los sistemas de gestión inteligentes, y las medidas planteadas más arriba.
No es difícil ver que una sociedad más sostenible requiere un consumo menor de energía, con unos mayores resultados. Aunque a menudo la conversación sobre ahorro energético se centra en lo que la ciudadanía puede hacer, en los hábitos de consumo individuales, la realidad es que las medidas más eficaces son aquellas que se llevan a cabo a nivel institucional. Solo mediante una transformación que alcance todos los ámbitos de consumo se podrá alcanzar un uso sostenible, inteligente y eficiente de los recursos de que disponemos. FIWARE Space.